martes, 13 de enero de 2009

Capítulo 4

4. Tristónido







-¡Cállate macarra, jipi de los cojones!-. Le espetó el rey a su consejero real al tiempo que le golpeaba los testículos con el cetro.

-Majestad, por favor, esto no es serio-. Contestó Tristónido tras rodar dolido por el suelo.

Y era verdad, no era ni medio normal. Tristónido era un cerdo listo, había estudiado cuatro años gestión y administración de reinos porcinos, al tiempo que aprendía magia básica y nigromancia por la Universidad a distancia. Su lugar no estaba junto a un rey oligofrénico o directamente gilipollas.

-Cierto, no es normal-. Reconoció el rey con majestuosidad y buen criterio.

–Acércate que te de un abrazo, mariconcete, que estoy muy arrepentido-.

Tristónido se acercó emocionado abriendo los brazos, cuando estuvo a un palmo del rey, éste le asestó otro formidable golpe de cetro en los mismísimos.

-¿Tanto me quieres que me vas abrazar maricona?-. Rió estrepitosamente el monarca.

Tristónido, otra vez postrado por el dolor y lleno de rabia, tomó la decisión más importante de su vida. Comenzó a levantarse penosamente, pero cuando se hubo incorporado, sus ojos irradiaban un amenazador fulgor rojo.

- Esta es la última vez que me tocas los cojones-. Gritó el archimago furioso.-Literalmente-. Apostilló tras una pequeña pausa.

Metió la mano en los pliegues de su túnica y sacó lentamente, mientras toda la habitación se oscurecía, un gato muerto. Ante la incrédula mirada del gobernante agitó espasmódicamente al felino y comenzó a recitar: -Hocus pocus… ¡coitus interruptus!-. Y de los ojos del gato surgieron dos rayos centelleantes que traspasaron al monarca sin herirle.

- Obedeceré tus órdenes-. Dijo el rey con voz impersonal cuando la atmósfera recuperó su aspecto normal.

La risa de Tristónido resonó con fuerza en todo el palacio real.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Capítulo 3

3. La reunión

Cuando Tálaro volvió del baño, el tabernero ya había cerrado el local y echado a los parroquianos.

Atravesaron juntos la cocina y, tras devolverles el saludo a las educadas ratas, se detuvieron junto a una pared llena de manchas inidentificables.

El tabernero le alargó una pezuña mugrienta y le dijo a Tálaro: -Antes de que desentrañes los secretos de la organización, debo presentarme; me llamo Bulbo. Tabernero y número uno de la rebelión.

-Encantado-. Respondió el cerdito aún confuso, mientras estrechaba la mano que le tendían.- Yo me llamo Talaro, taberneador y número 43.591 de la Seguridad Social.

Bulbo entrecerró los ojos y asintió complacido.

– Ya es hora de que conozcas la contraseña secreta para acceder a la cerdi-cueva-. Dijo.

El orondo gorrino miro con decisión la pared y tomo aire. Talaro contuvo la respiración, se notaba en el ambiente que algo fantástico estaba apunto de suceder. Uno de esos acontecimientos mágicos que, por fortuna o por desgracia, sólo suceden una vez en la vida.

- ¡M´abran coño!-. Bramó el tabernero al tiempo que cogía carrerilla y le asestaba un formidable cabezazo a la pared.

Talaro cerró los ojos instintivamente ante el estrépito provocado por el cabezazo, y los abrió cuando la pared cayó al suelo de una sola pieza.

-Bueno, tener, tiene un picaporte ahí mismo-. Señaló Bulbo-. Pero siempre se agradece un poco de teatralidad en las primeras impresiones-. Dijo, apretando las mandíbulas para ahogar el tremendo dolor de su frente.

-Te está saliendo un chichón.

-¿Esto?-. Preguntó con teatralidad y mal disimulado dolor el tabernero, al tiempo que se palpaba el incipiente bulto-. No te preocupes, a las mujeres les gusta. Pero no te quedes ahí y echa un vistazo-. Respondió, mientras señalaba con la mano libre

Talaro asomó la cabeza por la entrada descubierta y sintió como se le entrecortaba la respiración. De un salto, casi sin proponérselo, entro de lleno en la habitación.


La habitación tenía planta circular y una bóveda altísima de medio punto. Rodeando la estancia, se alineaban columnas toscamente labradas que creaban un pasillo abovedado alrededor del cuerpo principal de la sala. En el centro, una mesa redonda rodeada de sillas se alzaba como único mobiliario.


Talaro contemplo la habitación escavada en piedra con incontenible admiración. Observó al anciano taciturno que corría con paso renqueante a ocultarse entre las sombras del pasillo porticado, observó la mesa, inmensa, a la que podrían sentarse una veintena de cerdos, observó las imponentes columnas, toscas pero altas, y observó el suelo, que a pesar de la higiene de la taberna y de tratarse de piedra desnuda, podía incluso decirse que estaba limpia.

-¿Los tienes de corbata eh?-. Preguntó complacido Bulbo.

Talaro asintió con un nudo en la garganta mientras el anciano se acercaba por su espalda jadeando sonoramente.

- Por cierto Tálaro-. Dijo el tabernero dirigiendo al cerdito una mirada torva. – Aunque no lo sepas… ¡Estás en peligro!

Tálaro y Bulbo se quedaron mirándose durante un par de segundos con expresión estúpida. Entonces sucedió; una pezuña raquítica amordazó al cerdito mientras le echaba la cabeza hacia detrás.

– No hagas un solo movimiento o te corto el cuello-. Dijo el anciano mientras apoyaba una berenjena en el cuello del cerdito.-Sé que no me has visto, pero llevo aquí desde que llegaste-. Susurró, y comenzó a emitir un sonido traqueteante y cascado difícilmente identificable con el de una risa.

Tálaro iba a decirle algo al anciano, pero la risa ahogada del vetusto gorrino derivo rápidamente en un violento ataque de tos que le obligó a soltar al cerdito para apoyarse en él. Parcialmente repuesto pero aún tosiendo, el achacoso cerdo se separó de los dos amigos y se sentó en una de las sillas de la mesa central con un bote de vicks vaporub en las manos.

-Su nombre es Sapip-. Aclaró Bulbo terminando con aquella escena tan patética. - Es nuestro asesino de oficio. En su día fue un gran profesional, pero hoy por hoy está un poco jodido.

-¡Tu madre si que está jodida!-. Le interrumpió Sapip al tiempo que le acertaba en la boca de un ladrillazo.

-Debes disculparle, pero es un poco susceptible a este respecto-. Susurró Bulbo a Talaro, frotándose la dolorida mandíbula. –Ahora siéntate a la mesa, tenemos muchas cosas de que hablar.



jueves, 6 de noviembre de 2008









2 La taberna.

-Entonces déjame ver si me aclaro…-. Le dijo Talaro al barman, con la lengua estropajosa. -¿Me estás diciendo que el rey es sólo una marioneta de su consejero real?
-Yo lo único que te digo, es que antes el rey no hacía nada. Excepto comer, cagar, dormir y vegetar. Pero eso no se lo digas a nadie, me podría apresar la policía política-. Respondió el barman, llevándose los dedos a los labios y entornando los ojos.

Talaro echó una ojeada en derredor y observó a los parroquianos.
Los que habían oído la afirmación del barman miraban al suelo, incluso alguien silbaba “pajaritos por aquí”.Talaro volvió la mirada al barman, apuró la cuarta, y pidió la quinta cerveza.

-¿policía política?-. Preguntó escéptico.
-Como lo oyes, antes esto era mucho más sano, las calles estaban hechas mierda, había delincuentes, pobreza… pero podías salir a la calle y cagarte en Dios, en La Virgen y en la madre que los parió…
-¿podrías blasfemar menos?
-No me sale de los cojones, y te lo digo con indiferencia, porque estaba hablando y quiero seguir.
-Ah vale… prosigue
-Lo que te decía; que ahora cualquier persona que hable mal del gobierno, “zas”, le dan jaque-. El posadero cruzó los brazos y adoptó expresión taciturna a la vez que asentía con la cabeza. Talaro, impresionado por tal muestra de convencimiento y por la decisión de su discurso, sintió que le secaba la garganta y apuró la cerveza.
- Pero eso es tembri… tenril… embi…terrible-. Consiguió articular el cerdito, visiblemente afectado.
-Sí, pero no está todo perdido-. Contestó el tabernero, al tiempo que servía otra jarra. –A esta invito yo. No está todo perdido porque un grupo de cerdos excelentérrimos estamos luchando contra la tiranía. Desde las sombras, con pocos medios, pero con pureza de corazón… eso y dos cojones bien puestos vaya-.
Talaro observó con detenimiento a su interlocutor, su primera impresión había que era un cerdo gordo, con churretes de grasa en el delantal, sin afeitar y con un bigote de aspecto aceitoso… y por mucho que buscó los rasgos de un héroe revolucionario, siguió viendo a un tabernero obeso y sucio. Aún así, su perorata parecía atesorar un leve rastro de verdad.
Talaro se levanto del taburete con dificultad, plantó las pezuñas con firmeza en el mugriento suelo, levantó la vista con el ceño fruncido y dijo con decisión:
-Tengo pis-.
-Vaya hombre, yo que creí que ibas a unirte a la rebelión-.
-¿qué?... ¡ah eso!... pues vale.
- Será duro, te lo advierto.
-Vale, tengo pis, e iré a mear cueste lo que cueste.
-Esa es la actitud que buscamos… hermano-. Dijo el tabernero, al tiempo que, emocionado, abrazaba a Talaro.

martes, 21 de octubre de 2008

¡Ahora sí! Capítulo 1




1 Talaro


Esta es la historia de cómo Tálaro, un joven y apuesto cerdito, derrotó al malvado mago Tristónido y libero a su pueblo del mal.

Tálaro era un cerdito normal y corriente. Como todos los cerditos, tenía orejas triangulares, un hocico chato y simpático, y una cola enroscada junto a las posaderas. Pero por lo que más destacaba era por su mirada. No era la mirada vacía de un animal de granja, ni la mirada extrávica de un pez. La mirada de Talaro tenía un brillo especial. Un leve destello de inteligencia y buenos sentimientos.

Talaro vivía junto al Porquión, el río más importante de nación cerda, en las afueras de Porquiópolis, la ciudad más importante de todo el reino porcino.
Su pocilga no era ni la más grande ni la más lujosa, pero siempre estaba ordenada. Junto a la puerta, que miraba a la carretera que salía de la ciudad, había puesto un recipiente dónde los viandantes podían tirar sus sobras y desperdicios. De ésta manera, Talaro nunca pasaba hambre.

Además la carretera era un continuo ir y venir de gente. Talaro disfrutaba recostándose en el porche a curiosear a los múltiples mercaderes, turistas o simples vagabundos que entraban y salían de la urbe... Y la verdad es que cada día había más viajeros.
Años atrás, la carretera había sido poco más que un terruño pisoteado, pero en los últimos tiempos, el rey cerdo había llevado a cabo una serie de reformas económicas en el país que transformaron la capital del reino en una gran urbe y el viejo camino en toda una autopista porcina. Aunque las cosas habían mejorado, la gente rumoreaba que tras las reformas del rey estaba la mano de su consejero real, Tristónido, un misterioso hechicero de origen desconocido que había llegado a la corte apenas un año atrás, y que pronto desataría una ola de terror y sangre sobre toda la nación. Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos con Tálaro.


La mañana había transcurrido plácidamente. Se había levantado, había tomado un baño de lodo y había comprobado la papelera, donde alguien había tenido la bondad de dejar media aceituna, una manzana mordisqueada y un trozo de tokke parcialmente babeado.
Tras comer con apetito los excelsos manjares, se tumbó a contemplar el tráfico. Dejó que la suave luz del sol calentase su hocico y relajó los músculos.
Ya adormecido por el monótono sonido de las diligencias y los carros, su mirada vagó por la marabunta de gente hasta que reparó en una cerdita de mejillas sonrosadas que, con paso presuroso, se dirigía hacia la ciudad con una cesta sujeta entre las pezuñitas.
Como el instinto reproductor es fuerte en un cerdo, y en la naturaleza prima la llamada de la cópula, Talaro se levantó presuroso y siguió a la cerdita desde una distancia prudencial. Su mente era un hervidero de técnicas de seducción y galantería; pensó lo que le diría, cómo gesticularía… y entonces reparó en lo indecentemente desaliñado que estaba.
Talaro nunca había sido un tipo presumido, pero si su objetivo del día era copular tendría que conseguir una indumentaria más adecuada. Seamos sinceros, unos pantalones viejos que le había robado a un indigente, rotos por el final de la pernera y sujetos por una cuerda, no eran la mejor vestimenta para conquistar a una cerda. Tenía que hacer algo, y lo tenía que hacer ya.

A pocos pasos de él, un cerdo enorme, con una barriga de proporciones bíblicas, caminaba pesadamente en la misma dirección que la pareja. Talaro, que era un cerdo de moral firme, no podía robar a otra persona, así que cuando los dos chocaron y la cartera del gordo terminó en el bolsillo de Talaro,se felicitó por haber ayudado desinteresadamente a otro ciudadano con su equipaje.

El trayecto duró apenas quince minutos desde que Talaro ayudara a aquel cerdo obeso con su pesada carga. Una vez transcurridos, empezó a vislumbrar los imponentes torreones de la amurallada Porquiópolis:
Toneladas y toneladas de barritas energéticas se apilaban para crear una muralla defensiva que, con ayuda del puente levadizo, aislaba y protegía la capital del reino en caso de ataque, llegada de la noche o inspección de hacienda.
Apenas se había maravillado unos segundos cuando le llegó a las fosas nasales el olor tan familiar de la ciudad, aquella mezcla de jamón curado, excrementos, sudor y colonia barata que tanto conocía.

Miro nervioso a un lado y a otro, aceleró el paso y cruzo rápido el portón de entrada. En sus pequeños segundos de distracción casi había perdido a la cerdita de sus sueños. Maldiciéndose por tal despiste, reanudo la marcha a escasos metros de su amada. Pero la capacidad de abstracción de un cerdo es grande, y apenas había dado un paso cuando comenzó a imaginar como sería su primera cita. Tan ensimismado caminaba, que no advirtió que al final de la calle, en una pronunciada cuesta, un carro se había soltado de su tiro y se precipitaba frenéticamente calle abajo.
A pesar de ello, Talaro imaginó como sería el día que le pidiese matrimonio. Tal era la emoción del cerdito, que tampoco advirtió que en la vertiginosa caída del carro, ya había atropellado a cuatro viandantes, a un policía y a dos testigos de Jehová.
Ignorando los aullidos de dolor de los heridos, Talaro recreó en su imaginación la noche de bodas. Tanta felicidad hizo que no reparase en que su amada, aterrorizada por la vorágine de muerte y destrucción causada por el armatoste, se había quedado petrificada en mitad de la calzada.
Sólo salió de su ensueño cuando el carro, tras atropellar a la cerdita y esparcir sus restos por toda la calle, pasó bufando a su lado para estrellarse contra el muro del más importante local de ambiente de la ciudad.

Talaro se quedó unos segundos quieto, sin moverse, abrumado por las emociones y por las lágrimas que pugnaban por brotar. A su alrededor los objetos dejaron de tener forma, los sonidos dejaron de ser perceptibles y el hedor dio paso a un vacío sin olor.
Se había quedado solo.

Tálaro, de todas maneras, era un cerdito práctico. Con la muchedumbre arremolinada en torno a los cadáveres, unos desvalijándoles, otros tocándolos con un palito y todos riendo alborozados, consideró que no merecía la pena quedarse ahí llorando. A fin de cuentas tenía dinero y estaba en la capital del país; no era mala idea comprar un pantalón nuevo, tomarse una buena cerveza o cenar como Dios manda. El día no estaba saliendo tan mal, después de todo.

martes, 9 de septiembre de 2008

Estamos de pruebas!!!!



Talaro se levantó lentamente y miró a su alrededor: la cima de la montaña estaba erosionada de manera que su superficie era completamente plana, consiguiendo así una extensión amplia y lisa limitada por una vertiginosa caída. Un copo de nieve se posó en su nariz y se derritió casi al instante. Volvía a nevar en la Cima del Viento.

Sapip lanzó un nuevo ladrillo, Talaro trató de esquivarlo pero sólo consiguió que le golpease en el hombro, con el siguiente no tuvo tanta suerte; mientras se recuperaba del primer impacto, un segundo le alcanzó directamente en la nariz. El cerdito cayó al suelo y sintió su mejilla contra la fría nieve. No podía levantarse. Con la mirada perdida y la vista nublada observó como la nieve que circundaba su nariz se empapaba con la sangre y tomaba un agradable color rosáceo.