sábado, 29 de noviembre de 2008

Capítulo 3

3. La reunión

Cuando Tálaro volvió del baño, el tabernero ya había cerrado el local y echado a los parroquianos.

Atravesaron juntos la cocina y, tras devolverles el saludo a las educadas ratas, se detuvieron junto a una pared llena de manchas inidentificables.

El tabernero le alargó una pezuña mugrienta y le dijo a Tálaro: -Antes de que desentrañes los secretos de la organización, debo presentarme; me llamo Bulbo. Tabernero y número uno de la rebelión.

-Encantado-. Respondió el cerdito aún confuso, mientras estrechaba la mano que le tendían.- Yo me llamo Talaro, taberneador y número 43.591 de la Seguridad Social.

Bulbo entrecerró los ojos y asintió complacido.

– Ya es hora de que conozcas la contraseña secreta para acceder a la cerdi-cueva-. Dijo.

El orondo gorrino miro con decisión la pared y tomo aire. Talaro contuvo la respiración, se notaba en el ambiente que algo fantástico estaba apunto de suceder. Uno de esos acontecimientos mágicos que, por fortuna o por desgracia, sólo suceden una vez en la vida.

- ¡M´abran coño!-. Bramó el tabernero al tiempo que cogía carrerilla y le asestaba un formidable cabezazo a la pared.

Talaro cerró los ojos instintivamente ante el estrépito provocado por el cabezazo, y los abrió cuando la pared cayó al suelo de una sola pieza.

-Bueno, tener, tiene un picaporte ahí mismo-. Señaló Bulbo-. Pero siempre se agradece un poco de teatralidad en las primeras impresiones-. Dijo, apretando las mandíbulas para ahogar el tremendo dolor de su frente.

-Te está saliendo un chichón.

-¿Esto?-. Preguntó con teatralidad y mal disimulado dolor el tabernero, al tiempo que se palpaba el incipiente bulto-. No te preocupes, a las mujeres les gusta. Pero no te quedes ahí y echa un vistazo-. Respondió, mientras señalaba con la mano libre

Talaro asomó la cabeza por la entrada descubierta y sintió como se le entrecortaba la respiración. De un salto, casi sin proponérselo, entro de lleno en la habitación.


La habitación tenía planta circular y una bóveda altísima de medio punto. Rodeando la estancia, se alineaban columnas toscamente labradas que creaban un pasillo abovedado alrededor del cuerpo principal de la sala. En el centro, una mesa redonda rodeada de sillas se alzaba como único mobiliario.


Talaro contemplo la habitación escavada en piedra con incontenible admiración. Observó al anciano taciturno que corría con paso renqueante a ocultarse entre las sombras del pasillo porticado, observó la mesa, inmensa, a la que podrían sentarse una veintena de cerdos, observó las imponentes columnas, toscas pero altas, y observó el suelo, que a pesar de la higiene de la taberna y de tratarse de piedra desnuda, podía incluso decirse que estaba limpia.

-¿Los tienes de corbata eh?-. Preguntó complacido Bulbo.

Talaro asintió con un nudo en la garganta mientras el anciano se acercaba por su espalda jadeando sonoramente.

- Por cierto Tálaro-. Dijo el tabernero dirigiendo al cerdito una mirada torva. – Aunque no lo sepas… ¡Estás en peligro!

Tálaro y Bulbo se quedaron mirándose durante un par de segundos con expresión estúpida. Entonces sucedió; una pezuña raquítica amordazó al cerdito mientras le echaba la cabeza hacia detrás.

– No hagas un solo movimiento o te corto el cuello-. Dijo el anciano mientras apoyaba una berenjena en el cuello del cerdito.-Sé que no me has visto, pero llevo aquí desde que llegaste-. Susurró, y comenzó a emitir un sonido traqueteante y cascado difícilmente identificable con el de una risa.

Tálaro iba a decirle algo al anciano, pero la risa ahogada del vetusto gorrino derivo rápidamente en un violento ataque de tos que le obligó a soltar al cerdito para apoyarse en él. Parcialmente repuesto pero aún tosiendo, el achacoso cerdo se separó de los dos amigos y se sentó en una de las sillas de la mesa central con un bote de vicks vaporub en las manos.

-Su nombre es Sapip-. Aclaró Bulbo terminando con aquella escena tan patética. - Es nuestro asesino de oficio. En su día fue un gran profesional, pero hoy por hoy está un poco jodido.

-¡Tu madre si que está jodida!-. Le interrumpió Sapip al tiempo que le acertaba en la boca de un ladrillazo.

-Debes disculparle, pero es un poco susceptible a este respecto-. Susurró Bulbo a Talaro, frotándose la dolorida mandíbula. –Ahora siéntate a la mesa, tenemos muchas cosas de que hablar.



jueves, 6 de noviembre de 2008









2 La taberna.

-Entonces déjame ver si me aclaro…-. Le dijo Talaro al barman, con la lengua estropajosa. -¿Me estás diciendo que el rey es sólo una marioneta de su consejero real?
-Yo lo único que te digo, es que antes el rey no hacía nada. Excepto comer, cagar, dormir y vegetar. Pero eso no se lo digas a nadie, me podría apresar la policía política-. Respondió el barman, llevándose los dedos a los labios y entornando los ojos.

Talaro echó una ojeada en derredor y observó a los parroquianos.
Los que habían oído la afirmación del barman miraban al suelo, incluso alguien silbaba “pajaritos por aquí”.Talaro volvió la mirada al barman, apuró la cuarta, y pidió la quinta cerveza.

-¿policía política?-. Preguntó escéptico.
-Como lo oyes, antes esto era mucho más sano, las calles estaban hechas mierda, había delincuentes, pobreza… pero podías salir a la calle y cagarte en Dios, en La Virgen y en la madre que los parió…
-¿podrías blasfemar menos?
-No me sale de los cojones, y te lo digo con indiferencia, porque estaba hablando y quiero seguir.
-Ah vale… prosigue
-Lo que te decía; que ahora cualquier persona que hable mal del gobierno, “zas”, le dan jaque-. El posadero cruzó los brazos y adoptó expresión taciturna a la vez que asentía con la cabeza. Talaro, impresionado por tal muestra de convencimiento y por la decisión de su discurso, sintió que le secaba la garganta y apuró la cerveza.
- Pero eso es tembri… tenril… embi…terrible-. Consiguió articular el cerdito, visiblemente afectado.
-Sí, pero no está todo perdido-. Contestó el tabernero, al tiempo que servía otra jarra. –A esta invito yo. No está todo perdido porque un grupo de cerdos excelentérrimos estamos luchando contra la tiranía. Desde las sombras, con pocos medios, pero con pureza de corazón… eso y dos cojones bien puestos vaya-.
Talaro observó con detenimiento a su interlocutor, su primera impresión había que era un cerdo gordo, con churretes de grasa en el delantal, sin afeitar y con un bigote de aspecto aceitoso… y por mucho que buscó los rasgos de un héroe revolucionario, siguió viendo a un tabernero obeso y sucio. Aún así, su perorata parecía atesorar un leve rastro de verdad.
Talaro se levanto del taburete con dificultad, plantó las pezuñas con firmeza en el mugriento suelo, levantó la vista con el ceño fruncido y dijo con decisión:
-Tengo pis-.
-Vaya hombre, yo que creí que ibas a unirte a la rebelión-.
-¿qué?... ¡ah eso!... pues vale.
- Será duro, te lo advierto.
-Vale, tengo pis, e iré a mear cueste lo que cueste.
-Esa es la actitud que buscamos… hermano-. Dijo el tabernero, al tiempo que, emocionado, abrazaba a Talaro.